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Emilio Sales en la presentación de Blasco Ibáñez, su vida y su tiempo.

En el acto que tuvo lugar ayer en el Salón de Cristal del Ayuntamiento de Valencia, en el cual se presentaba, además del calendario de actividades para 2017, el libro Blasco Ibáñez, su vida y su tiempo, intervino, como ya comentamos en el post anterior, nuestro colaborador y autor del prólogo del libro, Emilio Sales.

Puesto que su intervención fue muy interesante, le pedimos el texto, el cual transcribimos a continuación, para aquellos que no pudieron asistir, o quieren volver a deleitarse,

De aquí en adelante son palabras de Emilio:

Antes de nada quisiera expresar mi más sincero agradecimiento al Ayuntamiento de Valencia, a su alcalde y a la regidora de Cultura, por atender con disposición generosa las propuestas que algunos de los aquí presentes les formulamos hace más de un año. Y cómo no, mi agradecimiento a la Fundación VBI, y en especial a Ángel López, por la confianza que depositó en mí para la revisión de un texto, que como todo texto inédito siempre resulta atractivo para aquellos que van a la búsqueda de información novedosa sobre un tema que les interesa.

Dicho esto, desearía traer a colación una anécdota a la que tuve acceso de forma casual. Durante la celebración de unas jornadas en las que tenía que hablar de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, una profesora de la Universidad de Barcelona me confío que en su casa se hablaba con mucho afecto de la figura de Vicente Blasco Ibáñez. El motivo: que el abuelo de esta profesora había sido amenazado de muerte por sus ideas políticas (no importa cuáles fueran estas) y, buscando una solución, recurrió al novelista. De inmediato, don Vicent puso a su disposición los medios con los que podía contar, pensemos en algunos de sus hombres de confianza, de forma que aquel cuya vida pendía de un hilo pudo escapar en secreto de la ciudad. Si bien el caso podría resultar baladí, cuanto menos nos hace presumir cuál era el imperio que durante algunos años tuvo en Valencia el escritor. Y lo mismo debería decirse si pensamos, por ejemplo, que en los Estados Unidos la reputación de Blasco Ibáñez alcanzó cuotas impresionantes o en países tan distantes como Argentina o Filipinas era recibido y homenajeado por las multitudes.

Precisamente por eso, porque don Vicent fue una de las figuras capitales en las primeras décadas del siglo XX, intuyo que su hija Libertad, llevada sobre todo por la tristeza que le provocaba el que se hubiera visto empañado el buen nombre de su padre, maduró la idea de escribir una biografía en la que perseguía dos objetivos: defender la reputación de su padre, tan maltratada al término de la Guerra Civil, respondiendo a todos los infundios que se fueron vertiendo durante años y, además, reivindicar sus contribuciones en todos los frentes en que aquel se aventuró.

Es cierto que en este caso, una biografía como la que ahora presentamos puede resultar parcial e interesada, siendo así que la autora no solo se basa en la verdad de la que ella fue testigo, sino que, a su vez, contaba también con otras fuentes directas: en especial, las informaciones que fue obteniendo día a día de su propio esposo Fernando Llorca, yerno y auténtica mano derecha de Blasco Ibáñez.

En cambio, la vinculación de la autora con el biografiado le otorga a la exposición una mayor afectividad y, sobre todo, un retrato que tiende a destacar los aspectos más humanos de Blasco Ibáñez. Como ser de carne y hueso, en las páginas del libro el personaje crecerá ante nuestros ojos convertido en monaguillo de la iglesia de los Santos Juanes o vestido de San Juan Bautista para desfilar en la procesión del Corpus. Asimismo, sabremos del malestar que experimentaba don Gaspar Blasco al descubrir las inquietudes republicanas y las ínfulas literarias de su hijo.

La biografía está plagada de anécdotas que se circunscriben al ámbito doméstico y familiar, como aquellas que nos permiten seguir el noviazgo de Blasco Ibáñez con doña María o informan sobre las penurias económicas que el matrimonio tuvo que soportar para sacar adelante el diario El Pueblo. Sin embargo, y quizá en ello reside uno de los mayores aciertos de la biógrafa, Blasco no es presentado exclusivamente como una criatura aislada de su entorno, sino que sus actos pasan a vincularse con el escenario geográfico en que se desarrollaron. Entonces asistimos a una evocación de la Valencia de antaño que, a veces, es entrevista con nostalgia, y otras, pone el énfasis en la hostilidad de ciertos grupos conservadores de la ciudad empeñados en la difamación y en las críticas infundadas. Ciertas feligresas de la iglesia de San Martín sospechaban que Blasco Ibáñez tenía rabo porque así se lo aseguraba su confesor al decir del político que era hijo del demonio.

Cuando el novelista se construyó su chalet de la Malvarrosa, había mucha gente que visitaba el edificio para levantar falsos infundios sobre su propietario. Y así en un largo etcétera.

Al mismo tiempo que proliferan las anécdotas, Libertad Blasco Ibáñez se dedica con más minuciosidad y detalle en aquellos episodios en los que la labor de su padre se vio acompañada por la polémica: por ejemplo, para hablar de su postura ante la guerra de Cuba o su papel tras el nombramiento del padre Nozaleda como arzobispo de Valencia. Pero también el relato de otros episodios donde queda patente la vocación altruista de Blasco Ibáñez a favor de los más desfavorecidos, con la creación de la primera Universidad Popular en España, o su apoyo entusiasta a los pescadores del Cabañal.

Entre tanto se compaginan asuntos de naturaleza menor con otros de mayor enjundia, acceden a la biografía numerosos personajes: de muchos de ellos solo retendremos su nombre, de otros nos podrá sorprender la naturaleza de su relación personal con el escritor, tal y como ocurre con Joaquín Sorolla, Félix Azzati, el doctor Moliner, el maestro Salvador Giner, el periodista Mariano de Cavia o el autor de folletines Manuel Fernández y González. Pero no solo personajes, sino también escenarios que nos evocan una época desaparecida: el Gran Café España, en la Bajada de San Francisco, justo aquí enfrente, la Cacharrería del Ateneo de Madrid o las mismas calles de Menton donde Blasco se instaló después de haberse convertido en un artista de talla mundial.

Si los contenidos de los que damos resumida cuenta vertebran la biografía, entre los materiales que maneja Libertad, cabe destacar por su importancia la reproducción de numerosas cartas del escritor. A través de ellas, es posible descubrir su lado más personal, sus propósitos e inquietudes, en su correspondencia con su esposa, con Fernando Llorca o con personajes singulares como uno de los tíos de doña María Blasco del Cacho. Este tío Julio, canónigo de la catedral de Orihuela, después de la desconfianza inicial que sentía ante el matrimonio de su sobrina con un joven revolucionario al que vislumbraba como un nuevo Marat, acabaría convenciéndose de las buenas intenciones políticas del nuevo miembro de la familia.

La correspondencia epistolar, en fin, pone de relieve otro de los aspectos característicos de Blasco: el afán viajero de un hombre que, sin renunciar a su confesada valencianía, siempre se sintió ciudadano del mundo y por eso, como destaca su hija y biógrafa, se confesó tan preocupado por el progreso de su ciudad, pero también tomó parte activa contra el imperialismo o el militarismo en otros lugares de la vasta geografía mundial, porque lastraban ese otro progreso al que aspiró fervientemente: el progreso humano, en su conjunto.

De todo esto y de otras muchas historias más da testimonio la biografía que ahora presentamos aquí y a cuya lectura invitamos.


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