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BLASCO FAMILIAR

Llama la atención el hecho de que Blasco Ibáñez pudiera desarrollar una actividad tan intensa y compleja (escritor, periodista, editor, político, conferenciante, cineasta, viajero, etc.) y destacar en todas sus manifestaciones.

Más aún cuando debía compartir esa frenética actividad con el cuidado de una familia, la que creó junto a su esposa María Blasco del Cacho, a la que conoció cuando él contaba apenas 18 años. Con ella formó una familia en cuyo seno nacieron cinco hijos, si bien la primogénita, Libertad, murió al poco tiempo, por lo que solo quedaron cuatro hijos vivos: Mario, Libertad, Julio César y Sigfrido. Fueron años de penurias, persecuciones y privaciones pero María apoyó en todo momento a su marido y supo ganarse la simpatía y la admiración de sus colaboradores.

Todas las opiniones coinciden en que su única hija, Libertad, fue la más afín a su padre, la que heredó su carácter, y con la que mantuvo un mayor contacto, más aún teniendo en cuenta que Libertad se casó con uno de los más estrechos colaboradores de Blasco Ibáñez, Fernando Llorca Díez, quien pasó a ser su hombre de confianza y quien velaba por sus intereses durante su ausencia, especialmente en el diario El Pueblo y en su editorial Prometeo de la que Llorca era administrador.

Afortunadamente, y pese a los innumerables avatares que se sucedieron en la vida de Blasco Ibáñez, e incluso más allá de su muerte, ya que su familia tuvo que partir al exilio tras finalizar la Guerra Civil, abandonando todos sus recuerdos, propiedades y patrimonio, su hija Libertad consiguió salvaguardar una parte de la correspondencia que Vicente Blasco Ibáñez intercambió con su familia, y que incluye las primeras cartas que dirigió a su amada María, siendo novios, las misivas que remitió a lo largo de sus numerosos viajes o las de su etapa argentina, que arrojan luz sobre las motivaciones y el desarrollo de este proyecto.

Gracias a esta correspondencia, y a las numerosas fotografías que pudo salvaguardar su hija Libertad, hemos podido tener un conocimiento mucho más completo de este personaje, que generó ríos de tinta a lo largo de todo el mundo, pero cuya memoria se ha visto empañada por el deseo intencionado de ocultar su figura y su obra, haciendo desaparecer su legado político y limitando su proyección literaria a la de un escritor localista y de escasa calidad... nada más alejado de la realidad.

Blasco Ibáñez mantuvo una relación con la dama chilena Elena Ortúzar, a la que conoció en Madrid, y que le introdujo en los salones de la alta sociedad de París, donde pudo relacionarse con intelectuales, literatos

y políticos, que más tarde ocuparían puestos clave en los gobiernos de Francia y de los países de Hispanoamérica.

Tras la muerte de los respectivos cónyuges ambos contrajeron segundas nupcias fijando su residencia en la villa de Fontana Rosa, en la localidad francesa de Menton, donde Blasco Ibáñez recreó un rincón de su amada Valencia, en una ladera orientada al Mediterráneo.

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