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1924-2024

 

LA VUELTA AL MUNDO DE UN NOVELISTA

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Desde que era un niño, Vicente Blasco Ibáñez manifestó su deseo de ser marino mercante, ya que deseaba ver con sus propios ojos las maravillas que guardaban aquellos países que había recorrido con su imaginación, gracias a la lectura de todos los libros de historia o de aventuras que caían en sus manos, y que devoraba con avidez.

Desgraciadamente, su nulidad para las matemáticas, las presiones de sus padres y su temprano activismo político le llevaron por caminos muy diferentes, pero nunca dejó de sentir esa curiosidad infantil por conocer los países que conformaban el mapamundi.

Durante su vida, Blasco Ibáñez visitó numerosos países, tanto de Europa como de América, pero seguía quedándole una espinita clavada, dar la vuelta al mundo. Tuvo que esperar hasta 1923 para ver su sueño cumplido, cuando él ya contaba 56 años, gozaba de fama y fortuna, y se había convertido en un autor reconocido a nivel mundial.

En la introducción al primero de los tres volúmenes que conforman La vuelta al mundo de un novelista, Blasco Ibáñez charla con su alter ego, sentados en un banco de su jardín de Fontana Rosa, para justificar su decisión de emprender un viaje que le llevaría a circunvalar el globo terráqueo. Su yo más timorato le decía:

¿Por qué te vas? ¿Qué puedes conseguir realizando tu infantil deseo de hacer un viaje alrededor del mundo?

Si sientes curiosidad por conocer los pueblos lejanos, no tienes más que entrar en tu biblioteca, que está á pocos pasos. Allí, entre veinte mil volúmenes, encontrarás muchos que, con la ayuda de la imaginación, te harán ver ciudades y paisajes tal vez más interesantes que cual son en la realidad.

Piensa en los peligros, las enfermedades, las epidemias, o las catástrofes de la naturaleza. No olvides que te restan menos años de existencia que los que llevas ya vividos, y lo prudente es quedarse quieto… Le insistía su particular “Pepito Grillo”.

Pero conociendo a Blasco Ibáñez, su respuesta no podía ser otra:

Hay que conocer por completo la casa en que hemos vivido, antes de que la muerte nos eche de ella. Recuerda que desde mis primeras lecturas de muchacho sentí el deseo de ver el mundo, y no quiero marcharme de él sin haber visitado su redondez.

Si tardo unos años, me será imposible emprender este viaje. ¿Y tú te opones -evocando y agrandando peligros- á que realice el mayor deseo de mi vida?

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Blasco Ibáñez, sentado en uno de los bancos de su villa, Fontana Rosa, en Menton

Su alter ego le insistía en que desistiera de su viaje con la excusa de que éste iba a ser demasiado rápido como para conocer poco más que el aspecto exterior de los pueblos que iba a visitar, a lo que el Blasco consciente le respondía:

El valor del tiempo está en relación con las facultades del que observa. Los días de viaje de algunos valen más que los años y los años de otros.

Tú olvidas, además, cómo somos muchos novelistas. Nuestra observación resulta instintiva. Observamos contra nuestra voluntad. Somos aparatos fotográficos con el objetivo siempre abierto y tomamos cuanto nos rodea de un modo maquinal.

 

Ante la insistencia protestona de su personalidad más timorata, Blasco responde:

 

Unas palabras más, y termino, malhumorado compañero. Dure lo que dure, mi viaje siempre resultará más interesante que la inmovilidad en este rincón agradable de la tierra. Mejor es dar la vuelta al mundo en unos cuantos meses, que no darla nunca.

 

Por último, afirmaba: Debo confesar que en este periplo mundial que preparo hay un poquito de orgullo literario. Y manifiesta su admiración por algunos marinos y diplomáticos españoles que realizaron viajes de circunnavegación del planeta, si bien aquellos lo hicieron con un carácter más profesional, mientras que el suyo tiene una finalidad didáctica y artística, como hacían otros autores ingleses y norteamericanos de la época.

 

Ante el silencio enfurruñado de su oponente, Blasco pone fin a la conversación con las siguientes palabras:

 

Entonces, ahí te quedas. Te dejo sobre este banco, como algo que me estorba para seguir adelante… ¡Empiece el viaje!

 

Y así es como, en octubre de 1923, Vicente Blasco Ibáñez regresó a los Estados Unidos, concretamente a la ciudad de Nueva York, para hacer realidad su sueño de dar la vuelta al mundo.

 

En ese momento, y tras el éxito mundial de su novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Blasco era ya un autor de reconocido prestigio y colaboraba con el trust periodístico de William Randolph Hearst, por lo que se especula que buena parte del coste del viaje se sufragó con las crónicas periodísticas que aquel enviaba, describiendo los lugares que visitaba.

 

El crucero partía del puerto de Nueva York, así que Blasco Ibáñez viajó hasta allí a bordo del transatlántico RMS Mauretania, que partió del puerto de Cherburgo, en Francia, el 20 de octubre de 1923, junto a Elena Ortúzar y Casilda Jiménez, su dama de compañía, llegando el 26 de octubre. En Nueva York embarcarían en el SS Franconia, un yacht, algo más pequeño que un transatlántico, pero repleto de lujos y comodidades, propiedad de la Cunard Line. Junto a él viajarían otras 300 personas, que habían pagado por su pasaje la nada desdeñable cifra de 20.000 dólares, de ahí que fuera conocido como el crucero de los millonarios. El Franconia partió de ese puerto el 15 de noviembre de 1923, y su regreso estaba previsto en abril del año siguiente, es decir, tras casi seis meses de viaje.

 

Este fue el segundo crucero que hizo un viaje de vuelta al mundo, ya que el año anterior, el SS Laconia, hermano gemelo del Franconia y operado por la misma naviera, había inaugurado esta nueva ruta comercial, destinada exclusivamente al turismo.

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Blasco Ibáñez a bordo del Franconia, durante su viaje de vuelta al mundo

Durante su viaje anotó sus impresiones en tres libretas, y con estas notas, junto a su prodigiosa memoria, escribió un libro de viajes titulado

La vuelta al mundo de un novelista, que constaba de tres volúmenes, publicados los dos primeros en 1924 y el tercero en 1925. Además, como ya hemos anticipado, enviaría diversos artículos sobre su aventura al Hearst´s International Magazine, al precio de 10.000 dólares cada uno.

En diversos países fue recibido con honores de Jefe de Estado. En Panamá fue agasajado por su presidente, Belisario Porras, y en Filipinas fue cumplimentado por las autoridades filipinas y norteamericanas, fue recibido en el Senado y comió con el general Leonard Wood, gobernador general de Filipinas, en el palacio de Malacañang. Además, para recordar esta visita, se editó un libro recogiendo las actividades desarrolladas durante la misma. En muchos puertos (La Habana, Honolulu, Yokohama) el novelista fue recibido por grupos de periodistas que le fotografiaban y saludaban, ya que se trataba de toda una celebridad, como autor de Los cuatro jinetes del Apocalipsis.

 

Las escalas que realizó el Franconia en su viaje alrededor del mundo, fueron:

-Estados Unidos (Nueva York)

-Cuba (La Habana)

-Panamá

-Estados Unidos (San Francisco)

-Hawai (Puerto Hilo y Honolulú)

-Japón (Yokohama, Tokio, Osaka, Nara, Niko y Kyoto)

-Corea (Fusan y Seúl)

-China (Pekin, Pukow, Nankin, Shangai y Woosung)

-Hong-Kong

-Filipinas (Manila)

-Isla de Java (Tanjung Prior)

-Malasia (Singapur y Johore)

-Birmania (Rangún)

-India (Zona oriental, Calcuta)

-Ceilán (Colombo y Kandi)

-India (zona occidental, Bombay y Nueva Delhi)

-Sudán (Port Sudán)

-Egipto (Asuán, El Cairo y Alejandría)

-Italia (Nápoles)

-Mónaco. En este puerto desembarcó Blasco Ibáñez, concluyendo su viaje.

-Gibraltar

-Estados Unidos (Nueva York). Fin del viaje.

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Blasco Ibáñez y Elena Ortúzar en la isla de Nagasaki (Japón)

Blasco Ibáñez concluyó su viaje en Mónaco, mientras el Franconia siguió su singladura hasta volver a Nueva York. Desde este puerto se trasladó a su residencia de Fontana Rosa, situada en Menton (Francia). Al desembarcar, en el muelle se depositaron veintitrés cajas grandes y bultos del equipaje, que contenían los numerosos objetos y recuerdos que Blasco había adquirido durante su viaje.

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Blasco Ibáñez ante la Gran Muralla China

Una anécdota curiosa se produjo cuando, poco después, en el café de París, se encontró con unas conocidas, que le preguntaron: ¿De dónde viene usted? Hace mucho tiempo que no le vemos, a lo que Blasco respondió con total normalidad: Vengo de dar la vuelta al mundo. Acabo de desembarcar. ¡Como si nada!

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